Si hubo un rito en los setenta, similar al del
lavado del auto, ese fue la vuelta al perro. La vuelta al perro consistía, si
uno tenía auto o podía rescatar el del padre luego del lavado, en desandar a
paso de hombre las calles en las que se concentraba la movida nocturna.
Para recorrer los doscientos metros de Rivadavia que
había entre Avellaneda y la avenida de Mayo, había que invertir casi una hora y
media. Se circulaba en doble fila y el “yeite” consistía en “varearse” para ser
visto por las “minas”, sentadas con comodidad en las sillas de las mesas
dispuestas en las veredas por los “bolicheros”. Las pasadas se repetían tantas
veces como fuera necesario, es decir, hasta lograr que alguna subiera al auto.
En
al esquina de Necochea, justo en la puerta de Cristopher, cabía la
posibilidad de girar por ésta para pasar por la puerta de Juan y acortar la vuelta. Ojo, también había que pasar por la
puerta de Jet Set, en avenida de Mayo entre Alsina y Belgrano.
En qué se movían los jóvenes por esos años, el yeyo
(Peugeot 504), el auto considerado más ganador, era el más visto. Bajada la
suspensión, spoiller, babero y buena música sonando desde el magazzine
(antecesor del estéreo, del compacto y del dvd) no aseguraban la conquista,
pero aceleraban varios pasos.¡Otra que tuñado!
El gamba 28 (Fiat 128), y si era IAVA mejor, debe
haberle seguido en preferencia. Hablar del Torino, merece una pausa, ya que
este vehículo enteramente argentino, fabricado por Renault, era el “sumun”. La
gente “in” podía acceder a un Torino Comahue, diseñado por Luteral, que sobre
la base del auto, trabajo en su luneta trasera dándole una forma de coupé ,
incorporando además estéreo, bafles y un motor de más potencia. El Ford
Fairlane o el Dodge Polara, eran los preferidos de los amantes de los autos
tipo americano, más espacio y cilindrada superior, en cambio hubo una división
de aguas que aún perdura: el Chivo y el Ford. Dos grandes, tanto el Rally Super
Sport, color naranja con líneas negras, como el Sprint 221. Fueron un icono de
las pasadas y picadas nocturnas de los setenta.
También surgieron por esos años algunos automóviles
sport prototipos o berlinas, bautizados Tulietas, en virtud del nombre de su
creador, don Tulio Crespi, quien las fabricaba en su planta automotriz de la
provincia de Córdoba. Las cuatro por cuatro no eran tan vistas y populares como
lo son hoy, en cambio un simpático monocasco era la delicia del verano: el
Bugui, reemplazado después por el Citroen Mehari, ambos, predecesores del Jeep
como vehículo diario.
Para los de menor poder adquisitivo había algunas
ofertas, por caso, el auto más vendido en la Argentina, el Fiat 600, el
entrañable Fitito o Bolita. Un poco más atrás en los años, el Dauphine, el
Isard, el NSU o el Gordini y por último, el auto
de la clase media baja o del excéntrico, el Citroen 2CV, sólo dos caballos
vapor y 6 volts de corriente; al que como sólo le gustaba a sus dueños, los
argentinos lo bautizaron, cariñosamente, “pedo”.
El ritual de la vuelta al perro era el colofón de la
tarde del sábado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario