Ahí
nomás, donde empieza San Martín, justo frente a la plazoleta que lleva el
nombre del Libertador. Fue justo ahí, donde un par de vecinos decidieron
convertirse en socios. Fernando y José alquilaron el local que supo albergar al
más grande conglomerado de peluqueros masculinos que conoció Ramos Mejía.
Si
hasta le dejaron el mismo nombre. Tanto la decoración del interior como la
marquesina eran perfectas para el lugar que se abriría.
Ese
lugar ya no podía llamarse de otra manera, y con ese nombre brilló durante más
de tres años en la noche ramense: “il bucanero pool” fue un boom en los
ochenta.
La
amistad de mi familia con la de Fernando, sumado a la vecindad que me unía con
José, me dio un plus respecto de muchos habitués, bah, a esta altura, quizá ese
plus me lo tome yo, lo cierto es que Fernando y José, junto a Diógenes y El Chino hicieron de il Bucanero
“el lugar” de Ramos Mejía.
Fue
justo en esa época en que Gaona ya no era la misma, su declinación venía
sucediendo a pasos agigantados. Las primeras maquinas de video, esas que eran
una mesa con un monitor enfocado hacia arriba y cubiertas con una tapa de
vidrio, estuvieron en su salón. El Pac Man, Donky Kong, el Gálaga y Mario Broos
comenzaron a ser personajes conocidos. El viejo flipper empezaba a quedar de
lado.
Diógenes,
un impresionante personaje de esos años, comandaba la música y la barra. En esa
época, sonaba fuertemente Miguel Abuelo y Zás con Miguel Mateos a la cabeza. En
il Bucanero, la noche arrancaba cuando desde los parlantes sonaba la voz de
Miguel entonando aquello de “la otra noche te esperé bajo la lluvia mil
horas, como un perro”.
Fue
tanto el furor del Bucanero en aquellos primeros años de la década del ochenta
que para jugar al pool en alguna de sus 6 u 8 mesas, no recuerdo bien, se
entregaban turnos, sí, se daban números como cuando una va a la farmacia y
espera que lo llamen. Solía suceder entonces, que por una mesa había que
esperar hasta unas dos horas. Los campeonatos de Bola 8 fueron increíbles, casi
tanto como las mujeres que paraban todos los sábados en sus mesas. Verdaderas
diosas concurrían al Bucanero.
Como
les relataba más arriba, la suerte quiso que Fernando, en ese momento casi como
un segundo papá, fuera uno de los dueños. Esa circunstancia me permitió, desde
tomar fiado hasta por alguna fortuita ausencia, cubrir un lugar en el despacho
de tragos en la barra. Valga comentar entonces, la ventaja con la que corrían
mis amigos, los de mi barra, Juancito, Andy y el Gordo Dani. Como habrá sido
aquello, que aún hoy es tema de conversación entre los muchachos de mi barra.
Visto
a la distancia es imposible no reconocer que pibes éramos para el ambiente
habitual del Bucanero. Recuerdo especialmente que había una rubia, menudita y
especialmente bonita, que nos llevaría unos 5 o 6 años, que nos volvía locos.
Era verla llegar y enloquecer. Cuanto la deseamos en aquellos años mozos.
Volviendo
al tema de su esplendor, cerca de 1983, supo suceder un acontecimiento dignísimo
de destacar en este recuerdo: un sábado, con el boliche a full, abarrotado de
gente, desde los que jugaban al pool hasta los que bailaban junto a las mesas,
se cortó la luz.
Con
el boliche a oscuras, los clientes que tenían vehículos reacomodaron los mismos
en sentido transversal a la calle, abandonando el clásico estacionamiento
paralelo al cordón. Para ser claros, se corto el tránsito de San Martín. Una
vez reacomodados, todos prendieron sus luces para iluminar el interior del
boliche y seguir disfrutando de la noche. Esa fue una de las mejores noches que
se vivió en il bucanero.
En
lo personal y como muestra de testimonio de gratitud hacia Fernando, José y
Diógenes, quiero manifestar que il bucanero me sirvió para “hacerme más
grande”. Fuiste en esos años muy importante. Después de tanta oscuridad, en
aquellos primeros años democráticos, resultaste una excelente cueva para
empezar, algunos a caminar y para otros, volver a andar. Por ello, vaya desde
aquí el recuerdo para il bucanero pool, “él lugar” de Ramos en los ’80.
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