lunes, 6 de agosto de 2018

La cuadra


Por aquellos años setenta, la cuadra tenía todo un simbolismo que se ha ido perdiendo con el tiempo. La cuadra, después del hogar, era el lugar de pertenencia inmediato, en ella, se daba todo. Aún recuerdo como si fuera hoy mi cuadra, la de Caseros al trescientos. Aún existe, por supuesto, pero es otra, no es mejor ni peor, simplemente es diferente.

            Cuando yo era niño, esa cuadra presentaba características que se hicieron difíciles de olvidar. En  esa época no había alumbrado público, pero la cosa no presentó mayores contratiempos: simplemente los vecinos de la cuadra se reunieron, averiguaron precios de farolas, se reunió el dinero entre todos y luego, democráticamente, se decidieron los frentes en donde debían ser ubicados. A mi casa le toco en suerte un farol, el que luego, con los años, por arte de magia ocupó un nuevo lugar en el patio de mi casa. La electricidad que proveía a ese farol sobre la vereda era suministrada por el frentista, quien además, se hacia cargo del consumo, alguien se preguntará porque, simplemente porque ese vecino tenía luz propia en su vereda.

            Otro tema fue el asfalto, no recuerdo bien cuando llegó, pero acceder a El –así en mayúsculas- era el progreso. Es vago el recuerdo de la calle de tierra, pero, por el contrario tengo bastante presente los jardines armados sobre la vereda, con el pasto bien cortado y recuadrado, que moría en una zanja.

            Es verdad, Sergio, un amigo de años, me comentaba, no es culpa del progreso haber perdido la cuadra, o la solidaridad que se daba en ella entre los vecinos, el tema es que aquello que los unía, aquellos objetivos comunes que los identificaban se fueron alcanzando, quizá el desafío sea definir las nuevas necesidades u objetivos que les permitan volver a unirse.
           
            La cuadra, como dije al principio, era el lugar de pertenencia inmediato. Por esos años, todos nos conocíamos, y los hijos del vecino, eran cuidados por todos los integrantes de la cuadra. Puedo decir uno a uno los nombres de aquellas familias que formaron parte de mi infancia, en la vereda de enfrente, empezando por Pringles, vivían Rodolfito, Olga y Oscar Pisiccini, la familia Menéndez, doña Anita, doña Jovita y Luisa, la familia Briasco, Hugo y Marcelo, dos chicos cuyos padres eran brasileños y eran por todos llamados los portugueses y el matrimonio de Susana y Nicolás Cardillo, padres de José y Roberto. En la vereda de enfrente, la familia Labat, un par de chalets en construcción, Lorenzo y Palmira, la familia Fanello, que tenía tres hijas mujeres que supieron mimarme cuando era un infante, los González, las familias Pino y Balard.

            De todas ellas puedo contar historias; por ejemplo: don Oscar Pisiccini tenía junto a su casa un terreno vacío, que por supuesto, era la canchita de la cuadra, aún contra su voluntad, era propietario de un Valiant II, modelo 1962, un lujo para la época.
           
Los Menéndez, tenían un chalet de dos plantas, en la planta baja vivía los viejos y arriba el matrimonio de su hija con sus dos hijos. Recuerdo que el “gallego” Menéndez, solía usar una típica boina negra y fumaba habanos. La escalera que llevaba a la planta alta, tenía un hueco debajo del descanso que fue uno de los mejores escondites de la cuadra.

            Doña Jovita y Luisa, eran madre e hija, Luisa era por esos años, enfermera en el desaparecido Hospital Salaberry y Jovita, era una simpática vieja, extremadamente peronista. La familia Briasco era muy elegante. Mi madre, suele encontrarse con Juancito, el hijo del matrimonio, cuando va “a Ramos”, a pesar de haber dejado ambas la cuadra.

            La familia González, es un caso especial; Raúl junto a mi abuelo Américo solían juntarse por las tardes a esperar recibir “La Razón 5ta.” que les traía Tito (el fallecido diariero de Alvarado y Avenida de Mayo) para luego discurrir sobre el contenido de la misma. Américo y Raúl eran peronistas. Según suele contarme Omar, el hijo de Raúl, tanto su viejo como mi abuelo, se hicieron un aguante mutuo en una época en que ser peronista era medio complicado. Por aquellos años, creo que Raúl era chofer de colectivo y mi abuelo aún ejercía su oficio de carnicero.

            La familia Fanello, era comandada por don Darío, de ocupación taxista. Su  Siam Di Tella 1500 estaba siempre reluciente. Darío y Nieves tenían tres hijas, Susana, Irma y Liliana. Con ellas, en las horas de la siesta de los sábados, mientras me cuidaban, conocí “la toca” y la “depilación a la cera negra”; vocablos como bozo y pierna entera, pasaron a ser palabras comunes para mí.
           
Un último recuerdo, la familia Balard. El era bioquímico y su esposa, doña Porota, profesora de matemáticas. Creo, sin temor a equivocarme que, todos los chicos del barrio, aprobaron matemáticas gracias a la ayuda, siempre desinteresada, de Porota.

            Con ella, además de poder entender álgebra e integrales, aprendí a solucionar la Claringrilla. Siempre me decía que, sí se puede usar un diccionario para solucionar un crucigrama, porque lo importante era aprender lo que no se sabía y que con el mata burros se lograba el objetivo. Hoy, después de treinta años, completar la Claringrilla es el pasatiempo de las primeras horas de la mañana, a tal extremo que si no lo termino, suelo ponerme fastidioso.  

1 comentario:

  1. Cuando nací, mis padres vivían en Cangallo 143 (en esa época Santa Fe).
    a dos cuadras de tu domicilio.Recuerdo que pasaba el "vaquero",con sus vacas.(vendiendo leche, al pie de la vaca).

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