Por
aquellos años setenta, la cuadra tenía todo un simbolismo que se ha ido
perdiendo con el tiempo. La cuadra, después del hogar, era el lugar de
pertenencia inmediato, en ella, se daba todo. Aún recuerdo como si fuera hoy mi
cuadra, la de Caseros al trescientos. Aún existe, por supuesto, pero es otra,
no es mejor ni peor, simplemente es diferente.
Cuando
yo era niño, esa cuadra presentaba características que se hicieron difíciles de
olvidar. En esa época no había alumbrado
público, pero la cosa no presentó mayores contratiempos: simplemente los
vecinos de la cuadra se reunieron, averiguaron precios de farolas, se reunió el
dinero entre todos y luego, democráticamente, se decidieron los frentes en
donde debían ser ubicados. A mi casa le toco en suerte un farol, el que luego,
con los años, por arte de magia ocupó un nuevo lugar en el patio de mi casa. La
electricidad que proveía a ese farol sobre la vereda era suministrada por el
frentista, quien además, se hacia cargo del consumo, alguien se preguntará
porque, simplemente porque ese vecino tenía luz propia en su vereda.
Otro
tema fue el asfalto, no recuerdo bien cuando llegó, pero acceder a El –así en
mayúsculas- era el progreso. Es vago el recuerdo de la calle de tierra, pero,
por el contrario tengo bastante presente los jardines armados sobre la vereda,
con el pasto bien cortado y recuadrado, que moría en una zanja.
Es
verdad, Sergio, un amigo de años, me comentaba, no es culpa del progreso haber
perdido la cuadra, o la solidaridad que se daba en ella entre los vecinos, el
tema es que aquello que los unía, aquellos objetivos comunes que los
identificaban se fueron alcanzando, quizá el desafío sea definir las nuevas
necesidades u objetivos que les permitan volver a unirse.
La cuadra, como dije al principio,
era el lugar de pertenencia inmediato. Por esos años, todos nos conocíamos, y
los hijos del vecino, eran cuidados por todos los integrantes de la cuadra.
Puedo decir uno a uno los nombres de aquellas familias que formaron parte de mi
infancia, en la vereda de enfrente, empezando por Pringles, vivían Rodolfito,
Olga y Oscar Pisiccini, la familia Menéndez, doña Anita, doña Jovita y Luisa,
la familia Briasco, Hugo y Marcelo, dos chicos cuyos padres eran brasileños y
eran por todos llamados los portugueses y el matrimonio de Susana y Nicolás
Cardillo, padres de José y Roberto. En la vereda de enfrente, la familia Labat,
un par de chalets en construcción, Lorenzo y Palmira, la familia Fanello, que
tenía tres hijas mujeres que supieron mimarme cuando era un infante, los
González, las familias Pino y Balard.
De
todas ellas puedo contar historias; por ejemplo: don Oscar Pisiccini tenía
junto a su casa un terreno vacío, que por supuesto, era la canchita de la
cuadra, aún contra su voluntad, era propietario de un Valiant II, modelo 1962,
un lujo para la época.
Los Menéndez, tenían un chalet de dos plantas, en la
planta baja vivía los viejos y arriba el matrimonio de su hija con sus dos
hijos. Recuerdo que el “gallego” Menéndez, solía usar una típica boina
negra y fumaba habanos. La escalera que llevaba a la planta alta, tenía un
hueco debajo del descanso que fue uno de los mejores escondites de la cuadra.
Doña
Jovita y Luisa, eran madre e hija, Luisa era por esos años, enfermera en el
desaparecido Hospital Salaberry y Jovita, era una simpática vieja,
extremadamente peronista. La familia Briasco era muy elegante. Mi madre, suele
encontrarse con Juancito, el hijo del matrimonio, cuando va “a Ramos”, a pesar
de haber dejado ambas la cuadra.
La
familia González, es un caso especial; Raúl junto a mi abuelo Américo solían
juntarse por las tardes a esperar recibir “La Razón 5ta.” que les traía Tito
(el fallecido diariero de Alvarado y Avenida de Mayo) para luego discurrir
sobre el contenido de la misma. Américo y Raúl eran peronistas. Según suele
contarme Omar, el hijo de Raúl, tanto su viejo como mi abuelo, se hicieron un
aguante mutuo en una época en que ser peronista era medio complicado. Por
aquellos años, creo que Raúl era chofer de colectivo y mi abuelo aún ejercía su
oficio de carnicero.
La
familia Fanello, era comandada por don Darío, de ocupación taxista. Su Siam Di Tella 1500 estaba siempre reluciente.
Darío y Nieves tenían tres hijas, Susana, Irma y Liliana. Con ellas, en las
horas de la siesta de los sábados, mientras me cuidaban, conocí “la toca” y la
“depilación a la cera negra”; vocablos como bozo y pierna entera, pasaron a ser
palabras comunes para mí.
Un último recuerdo, la familia Balard. El era
bioquímico y su esposa, doña Porota, profesora de matemáticas. Creo, sin temor
a equivocarme que, todos los chicos del barrio, aprobaron matemáticas gracias a
la ayuda, siempre desinteresada, de Porota.
Con
ella, además de poder entender álgebra e integrales, aprendí a solucionar la Claringrilla.
Siempre me decía que, sí se puede usar un diccionario para solucionar un
crucigrama, porque lo importante era aprender lo que no se sabía y que con el
mata burros se lograba el objetivo. Hoy, después de treinta años, completar la Claringrilla
es el pasatiempo de las primeras horas de la mañana, a tal extremo que si no lo
termino, suelo ponerme fastidioso.
Cuando nací, mis padres vivían en Cangallo 143 (en esa época Santa Fe).
ResponderEliminara dos cuadras de tu domicilio.Recuerdo que pasaba el "vaquero",con sus vacas.(vendiendo leche, al pie de la vaca).