lunes, 6 de agosto de 2018

La vestimenta y la música de los setenta y los ochenta


Al principio no era moda, con el devenir del tiempo se fueron creando lo que ahora llamamos tribus, así aparecieron “los chetos”, “los pardos” y “los stones”.

            Pero antes de eso, cómo nos vestíamos: comenzaba paulatinamente a abandonarse el saco y la corbata, usábamos pantalones pinzados “pata de elefante”, cuyas botamangas, para ser “in”, debían tapar totalmente el tamaño del zapato, que en un tiempo los hombres supimos usar con plataforma. Las camisas se ceñían al cuerpo y por lo general eran de colores muy fuertes. Las chicas por su parte, usaban camisolas de bambula con altísimos suecos con plataforma de corcho, estrenaban el mini-shorts (sucesor de la minifalda) al que acompañaban con larguísimas botas hasta las rodillas y llamativas bufandas de colores. El montgomeris con canutillos junto al gamulán  se imponían como abrigo entre los hombres.

            Sin embargo, las publicidades gráficas de la primera mitad de la década del setenta, relacionadas con la vestimenta, nos proponían los “Jeans Wado’s”; los pantalones “Hernán Bravo”, con el eslogan “pantalones para elegir, elegir, elegir y elegir”; el “Calzado deportivo Interminable”, el que superaba todas las marcas y la ropa de cuero de “Ñaró”, entre tantas otras.

            La vieja fábrica San Marcos de Acha y Alte. Brown, durante la primera mitad de la década del setenta, era la proveedora habitual de equipos de gimnasia. Eran conjuntos de dos piezas parecidos a los actuales joggins, confeccionados en algodón frizado y las zapatillas eran marca Flecha, con su característica puntera de goma con forma de serrucho.

            También hubo algunas copias de baja calidad, por caso, las zapatillas Potro, que se conseguían en la tienda Remolino de Ciudadela, en Gral. Paz y Rivadavia. Las Flecha, fueron rescatadas del olvido por Kosiuko, una empresa de ropa informal muy de moda en estos tiempos entre los jóvenes. Supieron ser tan importantes que hasta tuvieron un programa de radio que se llamaba “Flecha Juventud”: salía en Radio Belgrano y lo conducían Juan Alberto Badía y Graciela Mancuso. Después vinieron los conjuntos deportivos Dipportto, las zapatillas Topper Náuticas y las Adidas New York.

            Los chetos, palabra que asimilada al lunfardo podemos asociarla con cajetiya o petimetre, que así se llama a la persona que se preocupa mucho de su compostura y de seguir la moda, comenzaban a fines del setenta a marcar toda una tendencia en la ropa y una toma de posición social.

            Los chetos usaban mocasines legítimos adquiridos en Guido, pantalones de jean Levis 505 etiqueta roja, cinturón y cuenta ganado de cuero crudo y chombas Penguin,  Fred Perry o remeras Hering blancas con cuello rojo. Tanto el jean como las chombas eran producto de la importación del maléfico Martínez de Hoz. Después vinieron Sun Serf y Ocean Pacific entre otras marcas. Las botas salteñas tuvieron su momento de gloria. Las chicas se vestían con polleras kill y bufanda al tono, compraban la ropa en Hendy, John Cooke o Chocolate y calzaban Kickers o sandalias Skippi.

            La mayoría estudiaba en colegios privados, y en nuestra ciudad, solían reunirse en Pumper Nic, ubicado en el predio que hoy ocupa una prepaga y mucho antes Saloon, en Avenida de Mayo entre Rivadavia y Belgrano o, en Tommys, de Ricchieri y Gaona (de cuyas hamburguesas todos guardamos un grato recuerdo).

            Los stones era otra de las tribus de aquellos años, hoy, devenidos en rolingas. Los originarios, usaban mamelucos o carpinteros de jean, que no podían ser otros que los de la casa Little Stone, que quedaba en la Galería del Este en la calle Florida. El flequillo no era un distintivo como lo es hoy, en cambio, el morral era insustituible. Normalmente solía ser decorado con los nombres de los grupos de esos años. Las zapatillas, eran Topper para los stones y All Star para los chetos.

            Entre unos y otros, quedaban los pardos, genero conformado por todos aquellos que simplemente, eran jóvenes de la clase media argentina. Aunque en esta división, el calificativo “pardo” era denostativo y solía recaer en los muchachos de clase baja.

            Para la pequeña burguesía de Ramos Mejía, no había posibilidades de que un auténtico ramense fuera “pardo”, si eras de Ramos tenías que ser “cheto” o a la sumo, “stones”.
            El gusto musical solía estar ligado a la tribu de pertenencia, aunque hubo grupos que fueron escuchados por todos. Pero, algo cambio cuando el viernes 12 de junio de 1970, ante más de siete mil personas que colmaban el Luna Park, Alfredo en bajo, Ciro en órgano, Pappo en guitarra, Moro en batería y la voz de Litto Nebbia, quedaron consagrados como el conjunto local número uno.

            Dicen las crónicas de ese día que las primeras notas de Ciro fueron el comienzo de un enloquecedor ritmo que copó el estadio, mientras dos docenas de policías trataban de contener a la horda que luchaba por llegar a sus ídolos. Pappo, extasiaba con las agresivas notas proferidas por su viola, mientras dos robustos y desconcertados guardianes arrastraban a Marta Minujín fuera del escenario, adonde había trepado bailando y gesticulando. Ellos eran Los Gatos, los mismos que desde 1966 desparramaban tranquilamente su hit “la Balsa”.

            Los Gatos ingresaban al folclore beat local junto a Vox Dei, que triunfaba con “La Biblia”. El movimiento rockero presentaba dos líneas: la música acústica representada por Sui Generis, León Gieco y Pedro y Pablo y, por otro lado, la “pesada del rock and roll” que encabezaba Billy Bond y la Cofradía de la Flor Solar. Surgían Los Abuelos de la Nada, Pescado Rabioso, liderado por Alberto Spinetta y más tarde, la Maquina de Hacer Pájaros, grupo que dio pie al surgimiento posterior de Serú Girán (Charly, Moro, Aznar y Lebón), quizá el grupo más importante de la década del ochenta.

            Por esos años, se produjeron el Acusticazo y los B.A. rock, hasta que su última función que dio lugar a la película “Hasta que se ponga el sol”. Sin embargo, otros ritmos y gustos musicales sonaban entre los jóvenes: Vángelis, Yes, Frank Zappa y Rush, dejando de lado a los eternos The Beatles y los Rolling Stones, entre otros.

            Durante la dictadura militar, la música rock estuvo silenciada durante los años de vigencia del régimen, hasta que pensaron que necesitaban de ellos: durante la guerra de Malvinas permitieron su actuación sin persecución. En los ochenta se produce un cambio en la estética rockera, aparecen grupos como Virus, Soda Stereo, Sumo y Patricio Rey y los Redonditos de Ricota.

            Otros ritmos también se escuchaban en nuestros pagos, relegados por la moda, esperaron su momento y volvieron a surgir, entre tanto, sobrevivían en las peñas que supieron tener un público fiel. Los conjuntos vocales como Los Huanca Hua, las Voces Blancas, Cuarteto Zupay, Los Trovadores, comenzaban a instalar un nuevo estilo folclórico, las canciones testimoniales se abrían paso entre el canto dedicado a la tierra.

            Con el retorno de la democracia, regresan al país muchos artistas que sufrieron el exilio, Cesar Isella, la negra Mercedes Sosa, José Larralde y el Chango Farías Gómez, entre otros ocupan los primeros espacios en los teatros porteños.

            En nuestra tierra, el teatro del Colegio Don  Bosco o el mismo cine Belgrano prestaron su escenario a Larralde, Gieco y la negra Mercedes. Pero también hubo en Ramos Mejía, un hogar que supo cobijar toda una movida musical más que importante. Ese hogar era “la casa de avenida de Mayo 720”, a casa de Edgardo Porcelli, más adelante conocida como la “Posta de Yatasto”.

            Fue un raro lugar “la posta”, ya que en él comulgaron tangueros y folcloristas. Uniéndose de esta manera “eternos enemigos”. Las reuniones de música, eran eso: solo música y poesía. Alguien recitaba a  Tejada Gómez, otros cantaban Zamba de Lozano o Edgardo cantaba Ché bandoneón.

            Nelly y Chiquito junto a Edgardo Oscar, fueron los anfitriones de la “Posta de Yatasto” en Ramos Mejía. Seguramente desde alguna estrella le darán las gracias a tantos que pasaron por esa ilustre morada: Tito Ortiz (creador de los Nocheros de Anta), Cuti y Cali Carabajal, Agustín “el negro” Gómez, integrante del conjunto Los Andariegos, el inolvidable Agustín Carabajal, Zamba Quipildor y Lalo Homer, entre tantos otros. 

1 comentario:

  1. Gracias por el recuerdo de mi casa "La posta de Yatasto" de Ramos Mejía...

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