Al
principio no era moda, con el devenir del tiempo se fueron creando lo que ahora
llamamos tribus, así aparecieron “los chetos”, “los pardos” y “los stones”.
Pero
antes de eso, cómo nos vestíamos: comenzaba paulatinamente a abandonarse el
saco y la corbata, usábamos pantalones pinzados “pata de elefante”, cuyas
botamangas, para ser “in”, debían tapar totalmente el tamaño del zapato,
que en un tiempo los hombres supimos usar con plataforma. Las camisas se ceñían
al cuerpo y por lo general eran de colores muy fuertes. Las chicas por su
parte, usaban camisolas de bambula con altísimos suecos con plataforma de
corcho, estrenaban el mini-shorts (sucesor de la minifalda) al que acompañaban
con larguísimas botas hasta las rodillas y llamativas bufandas de colores. El
montgomeris con canutillos junto al gamulán
se imponían como abrigo entre los hombres.
Sin
embargo, las publicidades gráficas de la primera mitad de la década del
setenta, relacionadas con la vestimenta, nos proponían los “Jeans Wado’s”; los
pantalones “Hernán Bravo”, con el eslogan “pantalones
para elegir, elegir, elegir y elegir”; el “Calzado deportivo Interminable”,
el que superaba todas las marcas y la ropa de cuero de “Ñaró”, entre tantas
otras.
La
vieja fábrica San Marcos de Acha y Alte. Brown, durante la primera mitad de la
década del setenta, era la proveedora habitual de equipos de gimnasia. Eran
conjuntos de dos piezas parecidos a los actuales joggins, confeccionados en
algodón frizado y las zapatillas eran marca Flecha, con su característica
puntera de goma con forma de serrucho.
También
hubo algunas copias de baja calidad, por caso, las zapatillas Potro, que se
conseguían en la tienda Remolino de Ciudadela, en Gral. Paz y Rivadavia. Las
Flecha, fueron rescatadas del olvido por Kosiuko, una empresa de ropa informal
muy de moda en estos tiempos entre los jóvenes. Supieron ser tan importantes
que hasta tuvieron un programa de radio que se llamaba “Flecha Juventud”: salía
en Radio Belgrano y lo conducían Juan Alberto Badía y Graciela Mancuso. Después
vinieron los conjuntos deportivos Dipportto, las zapatillas Topper Náuticas y
las Adidas New York.
Los
chetos, palabra que asimilada al lunfardo podemos asociarla con cajetiya
o petimetre, que así se llama a la persona que se preocupa mucho de su
compostura y de seguir la moda, comenzaban a fines del setenta a marcar toda
una tendencia en la ropa y una toma de posición social.
Los
chetos
usaban mocasines legítimos adquiridos en Guido, pantalones de jean Levis 505
etiqueta roja, cinturón y cuenta ganado de cuero crudo y chombas Penguin, Fred Perry o remeras Hering blancas con
cuello rojo. Tanto el jean como las chombas eran producto de la importación del
maléfico Martínez de Hoz. Después vinieron Sun Serf y Ocean Pacific entre otras
marcas. Las botas salteñas tuvieron su momento de gloria. Las chicas se vestían
con polleras kill y bufanda al tono, compraban la ropa en Hendy, John Cooke o
Chocolate y calzaban Kickers o sandalias Skippi.
La
mayoría estudiaba en colegios privados, y en nuestra ciudad, solían reunirse en
Pumper Nic, ubicado en el predio que hoy ocupa una prepaga y mucho antes
Saloon, en Avenida de Mayo entre Rivadavia y Belgrano o, en Tommys, de
Ricchieri y Gaona (de cuyas hamburguesas todos guardamos un grato recuerdo).
Los
stones era otra de las tribus de aquellos años, hoy, devenidos en
rolingas. Los originarios, usaban mamelucos o carpinteros de jean, que no
podían ser otros que los de la casa Little Stone, que
quedaba en la Galería del Este en la calle Florida. El flequillo no era un
distintivo como lo es hoy, en cambio, el morral era insustituible. Normalmente
solía ser decorado con los nombres de los grupos de esos años. Las zapatillas,
eran Topper para los stones y All Star para los chetos.
Entre
unos y otros, quedaban los pardos,
genero conformado por todos aquellos que simplemente, eran jóvenes de la clase
media argentina. Aunque en esta división, el calificativo “pardo” era
denostativo y solía recaer en los muchachos de clase baja.
Para
la pequeña burguesía de Ramos Mejía, no había posibilidades de que un auténtico
ramense fuera “pardo”, si eras de Ramos tenías que ser “cheto” o
a la sumo, “stones”.
El
gusto musical solía estar ligado a la tribu de pertenencia, aunque hubo grupos
que fueron escuchados por todos. Pero, algo cambio cuando el viernes 12 de
junio de 1970, ante más de siete mil personas que colmaban el Luna Park,
Alfredo en bajo, Ciro en órgano, Pappo en guitarra, Moro en batería y la voz de
Litto Nebbia, quedaron consagrados como el conjunto local número uno.
Dicen
las crónicas de ese día que las primeras notas de Ciro fueron el comienzo de un
enloquecedor ritmo que copó el estadio, mientras dos docenas de policías
trataban de contener a la horda que luchaba por llegar a sus ídolos. Pappo,
extasiaba con las agresivas notas proferidas por su viola, mientras dos
robustos y desconcertados guardianes arrastraban a Marta Minujín fuera del
escenario, adonde había trepado bailando y gesticulando. Ellos eran Los Gatos,
los mismos que desde 1966 desparramaban tranquilamente su hit “la Balsa”.
Los
Gatos ingresaban al folclore beat
local junto a Vox Dei, que triunfaba con “La Biblia”. El movimiento rockero
presentaba dos líneas: la música acústica representada por Sui Generis, León
Gieco y Pedro y Pablo y, por otro lado, la “pesada del rock and roll” que
encabezaba Billy Bond y la Cofradía de la Flor Solar. Surgían Los Abuelos de la
Nada, Pescado Rabioso, liderado por Alberto Spinetta y más tarde, la Maquina de
Hacer Pájaros, grupo que dio pie al surgimiento posterior de Serú Girán
(Charly, Moro, Aznar y Lebón), quizá el grupo más importante de la década del
ochenta.
Por
esos años, se produjeron el Acusticazo y los B.A. rock, hasta que su última
función que dio lugar a la película “Hasta que se ponga el sol”. Sin embargo,
otros ritmos y gustos musicales sonaban entre los jóvenes: Vángelis, Yes, Frank
Zappa y Rush, dejando de lado a los eternos The Beatles y los Rolling Stones,
entre otros.
Durante
la dictadura militar, la música rock estuvo silenciada durante los años de
vigencia del régimen, hasta que pensaron que necesitaban de ellos: durante la
guerra de Malvinas permitieron su actuación sin persecución. En los ochenta se
produce un cambio en la estética rockera, aparecen grupos como Virus, Soda
Stereo, Sumo y Patricio Rey y los Redonditos de Ricota.
Otros
ritmos también se escuchaban en nuestros pagos, relegados por la moda,
esperaron su momento y volvieron a surgir, entre tanto, sobrevivían en las
peñas que supieron tener un público fiel. Los conjuntos vocales como Los Huanca
Hua, las Voces Blancas, Cuarteto Zupay, Los Trovadores, comenzaban a instalar
un nuevo estilo folclórico, las canciones testimoniales se abrían paso entre el
canto dedicado a la tierra.
Con
el retorno de la democracia, regresan al país muchos artistas que sufrieron el
exilio, Cesar Isella, la negra Mercedes Sosa, José Larralde y el Chango Farías
Gómez, entre otros ocupan los primeros espacios en los teatros porteños.
En
nuestra tierra, el teatro del Colegio Don
Bosco o el mismo cine Belgrano prestaron su escenario a Larralde, Gieco
y la negra Mercedes. Pero también hubo en Ramos Mejía, un hogar que supo
cobijar toda una movida musical más que importante. Ese hogar era “la casa de
avenida de Mayo 720”, a casa de Edgardo Porcelli, más adelante conocida como la
“Posta de Yatasto”.
Fue
un raro lugar “la posta”, ya que en él comulgaron tangueros y folcloristas.
Uniéndose de esta manera “eternos enemigos”. Las reuniones de música, eran eso:
solo música y poesía. Alguien recitaba a
Tejada Gómez, otros cantaban Zamba de Lozano o Edgardo cantaba Ché
bandoneón.
Nelly
y Chiquito junto a Edgardo Oscar, fueron los anfitriones de la “Posta de
Yatasto” en Ramos Mejía. Seguramente desde alguna estrella le darán las gracias
a tantos que pasaron por esa ilustre morada: Tito Ortiz (creador de los
Nocheros de Anta), Cuti y Cali Carabajal, Agustín “el negro” Gómez, integrante
del conjunto Los Andariegos, el inolvidable Agustín Carabajal, Zamba Quipildor
y Lalo Homer, entre tantos otros.
Gracias por el recuerdo de mi casa "La posta de Yatasto" de Ramos Mejía...
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