Decía
que la cuadra era después del hogar, el primer lugar de pertenencia; ampliando
el horizonte podríamos agregar que el barrio, era el aglutinador de ambas
circunstancias. El barrio, para quienes pudimos disfrutarlo, no era muy
extenso; quedaba circunscrito a un par de cuadras más allá de la nuestra, sin
orientación definida; puede decirse que el barrio era la ampliación de la
cuadra hacia los cuatro puntos cardinales, aunque sin dudas, siempre se
orientaba hacia algún punto especifico, por ejemplo, por la existencia de un puñado de negocios.
El
barrio, en mi caso, se expandía hacia la calle Bolívar; sobre ella se apiñaban
algunos negocios inmediatos: la verdulería de don Pedro, el almacén de Mauro,
el kiosco de Pocho y, un poquito más allá, la mueblería de don Isaac y la
ferretería de León. Como ven, todo estaba a mano, por lo menos, lo más
indispensable. No era esa, la época de los supermercados. Luego aparecieron
Gigante y Gran Tía. No deben quedar muchos que recuerden que en lo que hoy es
el maximercado Makro de Haedo, estaba el supermercado Gran Tía o que, donde hoy
está el Carrefour de Liniers, estaba Gigante.
Para
ir a Gigante, existía un servicio de colectivos que recorría los barrios
reuniendo gente. Esos micros no eran nada más ni nada menos que los ómnibus
escolares, los que en aquellos años eran de color blanco y no naranjas como
ahora.
Pero
volviendo al barrio, es bueno recordar que en él se involucraba al resto de los
habitantes de las demás cuadras, así las cosas, nuevos vecinos se incorporaban
a nuestra vida. El barrio pasaba a ser patrimonio de todos. Surgían entonces
las barras de las esquinas. Las había de todo tipo, unas más pendencieras que
otras y algunas, más buenas que el puré, como la mía.
Normalmente,
siempre había pica entre esas barras, pero por esos años, la disputa no pasaba
a mayores y terminaba arreglándose el problema con algún picado, que
naturalmente finiquitaba a los piñazos. Es decir, lo que no podía el balón, lo
podía un puñetazo.
Recuerdo
las barras de Caseros y Cerrito, la de Oncativo y Bolívar y la de Yerbal y
Pringles. Estaba también la barra del Ateneo, cuya asociación tenía que ver con
otra identidad, ya no la barrial sino la de pertenecer a un grupo societario.
La nuestra tuvo pica con la de Caseros y Cerrito, hasta que decidimos la
amistad -por conveniencia de nuestros dientes-
para ir por otra barra, la del ateneo.
Yo vivia en Alsina 345, recuerdo el almacen de Suarez, en Alsina y necochea, con sus estanterias de madera altas, como los almacenes de campo, comprabamos todo suelto, y los caramelos MuMu. Sobre Avellaneda casi llegando a Rosales, la compostura de calzados, donde en Diciembre comprabamos la pirotecnia y al lado, en la esquina el almacen y fiambreria. En Alsina al 370, el almacen de Barra. Que hermosos recuerdos me quedaron de mi infancia en Ramos.
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