lunes, 6 de agosto de 2018

El café comprometido


Para aquellos jóvenes idealistas de los años setenta, activos militantes de la política, Ramos supo tener su oferta: el Dos Avenidas, después Odeón y hoy Palamos, la Peña La Brasa y la legendaria cervecería “el 24”.

La Peña La Brasa, acercó las costumbres campestres al centro de nuestra ciudad. La música folclórica, a partir de algunas intenciones ideológicas, acompañaba las empanadas salteñas que amenizaban los encuentros casi clandestinos que algunos muchachos comprometidos  políticamente, realizaban en sus mesas. Fundada en 1943 en Rosales 152, tuvo un lema que estaba escrito en una de sus paredes y decía: “los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden conciencia de su destino”.

Situado en Moreno y Rivadavia, en una ubicación estratégica respecto al sentido del tránsito de esa época. No sé si lo recuerdan, pero los vehículos circulaban exactamente al revés que ahora. Moreno era la calle por la que se entraba a Ramos; las distintas líneas de colectivos que venían de Capital doblaban por Moreno y continuaban por Mitre, Belgrano y seguían su rumbo por Avenida de Mayo  hacia San Justo.

Justamente, al doblar en Moreno, tenían parada sobre la acera izquierda, delante de la puerta del 24.

            El 24 tiene una particularidad que difícilmente pueda ser superada por otro café: Francisco Gambarte, conocido popularmente por los parroquianos como Pichón, lleva más de treinta y cinco años sirviendo las mesas de éste singular lugar.

En una charla mantenida con Pichón, no hace mucho tiempo, me contó que en la década del setenta, la mejor según él, el 24 despachaba cerca de 15 docenas de facturas durante los desayunos, entre tanto, unos jóvenes parroquianos, esparcidos por las distintas mesas, Israel Pellegrino, Osvaldo López y Lucio Rossi, por nombrar sólo algunos, desconocedores por su edad de estás historias, disfrutan como lo hicieron tantos otros de éste mítico cafetín. 

Entre esos tantos otros que alguna vez supieron ocupar una mesa en el 24, está Josué Marchi, músico, ex Marlene, Robertones y Chevy Rockets. La fortuna hizo que me cruzara con Josué poco antes de terminar este trabajo. Sin que yo supiera, ocupe la mesa que él solía ocupar, mientras lo esperaba una tarde de viernes. Josué suele zapar los domingos en Mr. Jones cuando algunos buenos músicos se juntan a blusear en ese reducto ramense.

Inmediatamente nos introducimos de lleno en la nostalgia y los recuerdos. Josué me decía: la nostalgia me genera la energía para seguir tocando, y rememora: pienso en Ramos y se me pone la piel de gallina, me acuerdo de los primeros flippers, de la banda de plaza Sarmiento, unos chicos que yo miraba con mucho respeto, porque sabía que estaban experimentando cosas densas.

Josué rescato del olvido “Disco Ban”, la disquería que estaba en el viejo mercado de Ramos, la que le permitió aproximarse a la música, un local en el que las guitarras tenían marcados sus precios con la vieja rotuladora Sylvaletra y él, con la inocencia de un pibe de diez, años le preguntó al vendedor si esas guitarras se enchufaban a la pared y sonaban.

De lleno sobre el 24, me cuenta que promediando los ochenta empieza a parar en él y que el tema 24 bar, grabado en el cassette “Guitarras y Mujeres” del grupo Marlene, sale una noche de legui y de ginebra, a partir de escribir frases sueltas que luego dan forma a la letra final de la canción. Sí, nuestro 24 tiene un rock and roll en su honor, y lo maravilloso, es, como dice Josué que24 Bar lo sigue sorprendiendo: ha pegado tan fuerte... y es un tema de una banda under que lo único que tuvo fueron 10 segundos de fama en la micro guía de la rock n’pop durante dos meses, y no hay lugar donde vaya en el que no haya alguien que salte y me pida “tocate el 24 Bar”.

Me recuerda, promediando la charla y después de varios cafés, que en el 24 supieron parar Gustavo Spalletti; Black Amaya; Osvaldo “Bocon” Frascino, el bajista de Pescado, que solía llegar con su Fender Stratocaster; Pappo, que solía tomar té de boldo; el Indio Solari y el “piojo” Avalos, el batero de los Redondos, entre tantos otros.

Cerrando la charla, una frase de Josué: “yo me tomo un café en el 24 y me siento protegido; tomo lo mismo en cualquier otro lado y me siento desnudo”.

Sin más preámbulos, les dejo la letra de 24 Bar:

En una mesa del 24 bar, cuatro amigos se emborrachan y no paran de tomar.
Noche de blues y de ginebra, en la estación Ramos Mejía.
En una mesa del 24 bar, un pelado que se queja, una natalia le quiere cobrar.
Noche de blues y de ginebra en la estación Ramos Mejía.
Nena no me vaciles, nena no me fastidies,
hay una banda que me espera en el 24 bar.
En otra mesa del 24 bar, el gordito enfermeti que no para de fanfarronear,
cuenta novelas de su vida que quisiera protagonizar.
En otra mesa del 24 bar, hay un par de borrachos a punto de volcar.
Noche de blues y de ginebra en la estación Ramos Mejía.
Nena no me vaciles, nena no me fastidies,
hay una banda que me espera en el 24 bar.

Josué, es un romántico, un utópico gladiador que extraña haber perdido la inocencia: a quien no  le gusta que lo despierten, y menos si esta soñando.

Algún otro reducto habrá quedado olvidado, pero no quiero dejar de mencionar un lugar bastante especial, al que quiero dedicarle el espacio que merece.

Sobre la calle Belgrano, en la hoy Galería Strada, existió un mercado, el viejo mercado Ramos Mejía. En uno de sus locales a la calle, funcionaba un bodegón al que todos conocíamos como El Vómito. Era el típico copetín al paso que aún subsiste en los andenes de algunas estaciones ferroviarias.

Cuando la salida del sábado se prolongaba hasta bien entrada la mañana del domingo, El Vómito servía los más grandes y mejores sándwich de milanesa.

A fines de la década del ochenta, andando por la zona de Villa Crespo con el amigo Jorge Srur, un día cualquiera fuimos a tomar un cafecito al boliche de Corrientes y Thames. Vaya sorpresa al sentarnos en sus mesas, el lugar era idéntico al viejo Vómito de Ramos. Al atendernos, Jorge reconoció al improvisado mozo, era el antiguo dueño del Vómito, el que después de abandonar el local de Ramos por el cierre del mercado, mudó su boliche a esa esquina.

El Vómito cobijó durante muchos años a la juventud ramense. Para los que alguna vez se acodaron en su barra, vaya este recuerdo con olor a fritanga, o porque no, a vascolet con medialunas.

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