lunes, 6 de agosto de 2018

La tarde de los sábados


Resulta casi imposible calcular las horas/hombre que se utilizaron durante la década del setenta en la limpieza de los automóviles para usarlos los sábados por la noche.

La cosa empezaba, más o menos así: después de un rápido almuerzo, los jóvenes se disponían en las veredas de sus casas al lavado de los autos, por esos años, sin hidrolavadoras, así que había que arreglárselas con la presión del agua corriente. Se pasaban horas entre esponjas, espuma y trapos rejillas; luego de ello, se continuaba con el lustrado de carrocería, alfombras y cubiertas, con pastas de dudosa composición química y de olores extraños.

Toda esta ceremonia, cual rito pagano de adoración al cuatro ruedas, era siempre acompañada por la presencia de uno o dos amigos que no tenían auto y que colaboraban en este menester o, circunstancialmente, alguno se acercaba a los efectos de cebar algún mate a los sacrificados y abnegados adoradores de los fierros.

En mi caso, mi familia no tenía auto, así que era uno más de esos que se acercaban a la casa del amigo en la que se sucedía el ritual. Recuerdo que sobre la calle Gobernador Costa al 300 eran varios los que lavaban sus autos, quizá el más fanático de todos era Alejandro “el Chivi” Cibeira, ese sí que le ponía ganas. El Falcón -creo que Futura- color beige de Jorge, quedaba impecable después del trabajo del Chivi; más tarde fue un viejo Peugeot 404 color blanco, con el que alguna vez nos aventuramos hacia la costa.

Alejandro era un experto en el embellecimiento automotor. Al finalizar la faena de limpieza, cerca de las seis de la tarde, la última de las tareas era la puesta a punto mecánica, ya que siempre se descubría alguna cosita nueva, además, no fuera que tanta belleza externa se viera menoscabada por un ronroneo agónico o un incontinencia motriz.

Para cuando consideraban finalizada la tarea, ya había pasado toda la tarde del sábado, pero aún quedaba algo más: ese sublime instante de admiración y adoración situándose a unos metros del mismo, permaneciendo  inmóvil frente a él y sin sacarle la vista de encima, era el momento en que hombre y auto eran uno. Era uno, soñando su conquista nocturna frente al volante y el otro, listo para deslumbrar y colaborar en esa conquista.

En los nuevos tiempos, la costumbre de lavar los vehículos en los barrios en las puertas de las casas se fue perdiendo, entre otras cosas, por la inseguridad que representa hoy en día pasarse seis horas en la vereda con las puertas de la casa abiertas de par en par. ¡Que tristeza!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nostalgias de un tiempo que pasó

Agradecimientos Esta crónica que hoy llega a sus manos ve la luz gracias a todos los amigos que de una u otra manera se prestar...